jueves, 1 de abril de 2010

El idiota de la familia



Permítanme realizar una breve percepción de un lectura que mi curiosidad 'devoró' la semana pasada y es que dentro del marco filosófico que me ubico, jamás me puse a analizar la idea de la existencia del ser. Todas estas conjeturas y peripecias nacieron de una tertulia pseudo-fundamentalista que tuve días atrás y ahí, afloro el nombre de mi tocayo, Sartre, máximo exponente de aquella corriente.

Dentro de lo que se llama existencialismo y sus distintas acepciones filosóficas y literarias, lo percibo como la enfatización de demostrar que la existencia, paradojicamente, es lo único que existe ya que genera todo aquello que vamos percibiendo a través de nuestro paso terrenal/sensorial, por lo tanto, somos libertad, porque seremos como querramos ser y no está planificado de antemano lo que vamos a ser, y conciencia, por saber que somos dueños de nuestros actos, todo está justificado y nada está dado al azar. ¡Golpe bajo a Descartes y Freud, sóbense! De aquel aforismo liderado por Sartre, es que proviene la frase: "La existencia precede a la esencia", amén.

Otro concepto que sostienen los existencialistas es que el ser, visto como algo que está en el mundo como una piedra o una hoja, no representa un 'ser-en-sí porque no posee esencia, en tanto que, nosotros somos ser sin un 'no-ser', que proyecta el 'yo ideal'. ¿¡Qué carajo!? Me explico, nosotros no tenemos una esencia definida porque venimos al mundo sin un destino determinado y vamos realizándonos como ser mediante proyectos e ideales de lo que queremos ser (ser-en-sí), elegir un camino objetivo sin la ayuda de estándares universales de lo que está bien o mal. En pocas palabras, los existencialistas concuerdan que no hay cosa buena o mala, todo depende de los valores éticos que cada uno posea.

Y para ir tomando otro gran punto, es que: "El hombre está condenado a ser libre", cita de Sartre en la que afirma que uno es 'arrojado' al mundo y tiene la libertad como algo innato a él: "El hombre es ahora absolutamente libre. Pero esta libertad no es un don, sino que el hombre se halla condenado a ella, condenado porque para que la libertad sea plena libertad, no puede haber nada enfrentado normativamente al hombre, ni fe en Dios, ni verdades, ni valores".

A pesar que no comparto ciertas actitudes suyas, como el ateísmo, sé que Jean Paul Sartre indujo a nuevas especulaciones mundiales pero vaya que revolucionó y causó furor en la muy herida Francia (post-segunda guerra mundial) con sus grandes conferencias sobre el humanismo, impulsando a sumergir nuevas generaciones en la política, su negativa a recibir el nobel de literatura por pensar que los lazos del conocimiento y el hombre tienen que ser de manera directa y no por 'burgueses' premios (agarra esa Obama), su figura dominó la segunda mitad del siglo XX como la de un pensador y escritor insobornable en la afirmación de la libertad y la exigencia del compromiso.

No sé de donde miraré el cielo el día de mañana.

1 comentario:

  1. ¿Cómo es posible que la verdadera dicha escasee tanto en
    nuestra civilización que, sin embargo, ha elevado a la humanidad
    muy por encima de todas las esperanzas y presentimientos de las
    generaciones precedentes? ¿No hemos superado mil y mil veces
    en nosotros al viejo Adán? ¿No somos acaso más semejantes a
    Dios que a él? ¿No oye la oreja gracias a la membrana telefónica,
    los sonidos que se emiten en los continentes más remotos? ¿No
    contempla el ojo, gracias al telescopio, el universo de miríadas de
    estrellas y, con ayuda del microscopio, todo el cosmos de una gota
    de agua? ¿No vence nuestra voz al espacio y al tiempo en un
    segundo? ¿No se burla de la eternidad, grabada en la placa de un
    fonógrafo? ¿No nos transporta con seguridad el avión a través del
    elemento vedado a los mortales durante milenios y milenios? ¿Por
    qué pues estas conquistas técnicas no apaciguan y satisfacen a
    nuestro yo más íntimo? ¿Por qué, pese a esa paridad con Dios, el
    alma humana no siente el verdadero júbilo de la victoria, sino únicamente
    el sentimiento aplastante de que no hacemos más que
    tomar prestados esos esplendores, de que no somos más que
    "dioses postizos"? ¿Cuál es la raíz de esta enfermedad del alma?

    ResponderEliminar