miércoles, 15 de septiembre de 2010

El antes de la nada y el después del todo

Siempre se preguntaba que tópicos eran los más oportunos para empezar una conversación en aquellos días donde no hacer nada era lo rutinario. Cómo avanzar por ese camino que no permitía tregua alguna.

Una vez más era él contra él, ya que nadie jamás se interesaría por su andar, pensaba...Claro, él sentía que estaba en una fiesta a la cuál no había sido invitado y que por ello no podía entenderlo, y, por eso era un incomprendido por el mundo.

Saco de su bolsillo un cigarrillo, lo encendió y pensó...es que él era así, pretendía pasar endeble entre la gente y su supuesta sabiduría era temor, y temía que se le notase en la cara.

Y sus noches se centraban en esas perspectivas algo melancólicas, su mente buscaba el alivio y la iluminación que podría venir de quién sabe dónde.

El silencio era su único fiel acompañante, la bruma su más grande cómplice y por ello caminaba en las calles observando rostros y automóviles que parecían sincronizados por una lógica secreta. Era como un misterio revelado y eso ya era una simplificación excesiva...mucho para una noche.

Luego, balbuceó "Soy uno más del montón" y se sintió poco, dado que era en realidad poco en términos absolutos. Aquella auto-confesión fue una lección de agravio y desencanto.

Mientras que el cigarrillo seguía el curso de consumirse en sus labios, su paso era una certeza meramente progresiva pero exponencialmente interrogativa...

Desconocía el porqué de su caminar, ni hacia dónde iba, pero esto no le incomodaba porque aquella marcha le daba un rumbo algo más cierto. La brisa miraflorina lo encandecía por su simetría invisible pero perfectamente tamizada como un gris común.

Aveces era un adverbio que lo definía existencialmente rodeado de un Jamás que lo atormentaba incesantemente como una marcha anacrónica que se perdía y congelaba en el fin.

Al caminar negaba su naturaleza y observar los edificios alzarse por las veredas lo hacía verse como una mezcla de nervios y tormento.

Así era él, con la compañía del eco de sus pasos, formaba paralelas para enlazarlas con las vidas perpendiculares que ocurrían en su vecindario.

En eso se acordó del amor, un conjunto de reflexión y fisiología pero el prefería la parte racional ya que esta nunca te traiciona. Su cinismo era refutable y sus aporías, argumentos concluyentes

Sin embargo, sus reflexiones no lo dejaban en calma nunca y lo llevaban hacia una pendiente abstracta llena de recuerdos insanos. Por eso, aceleró el paso para no dejar matarse tan velozmente, para afirmarse en la sincronización de su raciocinio y no tambalearse en un conjuntos de dudas.

Vivía una guerra constante que sin proponérselo, lo llevaba a buscar una verdad, una mano de auxilio a sí mismo, un centro de ideas, un calmante para tantas incoherencias que lo hacían moverse en un mar furioso y arrebatado.

En sus horas mas inciertas lo cierto lo sostenía en pie, mientras seguía acordándose de su vida como un juego de ajedrez, todo fríamente calculado...pero el podía saltar, romper las normas por un solo instante, a pesar que estas reglas no eran del todo explícitas, sino asumidas progresivamente con el poder que tenía el hábito...ese maldito hábito.

Finalmente se aventuró, pensaba que su vida era un simple juego y no tenía nada que perder. Se propuso atravesar la calle en linea diagonal como para amortiguar el cambio.

Pensó que sus pies se sentirían calmados por una firmeza y derecho que reclamaban hace mucho tiempo. Alzó la mirada nublada por la bruma para sentirse aliviado y observar quienes habían cruzado como él, a la vereda del frente.

Pero no vio a nadie, un vacío le embargo el cuerpo pero al esclarecerse la bruma, su mirada se sostuvo en la fugacidad eterna de un instante perfecto.

Esta mirada perduró en el tiempo y por un segundo era capaz de percibir más allá del tiempo. Mientras seguía conociendo su nuevo semblante, notó que su sombra se desdoblaba de su cuerpo y se adelantaba a su figura.

Se sintió satisfecho y complacido por aquel hecho subliminal y magnánimo. Y esa sola presencia le bastó para sentirse suficiente.