jueves, 20 de octubre de 2011

Tiempos difíciles

Ya era las 3:00 a.m y Camilo seguía corrigiendo los exámenes que tenía que devolver al día siguiente. Saco su cajetilla Marlboro Light y procedió a ejecutar el ritual que se acostumbra hacer al momento de prender un cigarrillo. Mientras se acomodaba en su sillón para beber algo de café, recordó que mañana vencía el pago de la renta del studio que alquilaba en el centro de París y que el Sr. Charleville no le perdonaba ni un día de atraso. El Sr. Charleville bordeaba los sesenta y poco a poco iba olvidando lo que se le decía pero jamás la renta del edificio. Se llegó a casar tres veces y en todas las ocasiones sus esposas se fueron con todo su dinero, perteneció a la izquierda de los años 70's y siempre renegaba de que ahora ya nadie muere por sus ideales. Pobre Sr. Charleville, murmuró Camilo mientras de alguna extraña forma pensaba que el cigarrillo jamás terminaría de consumirse en el cenicero. Se levantó y miró por la ventana para ver si algo lo distraía en la calle pero no encontró nada allá afuera. Comenzó a pensar, una vez más, en lo insignificante que era frente a todos los espacios que no ocupaba, esos lugares donde él no existía, no respiraba, no oía,no sentía, no era nadie. Y quizás era eso lo que realmente buscaba, no ser nadie en medio de este vida donde todos quieren ser algo, donde las personas buscan encasillarse en un oficio o ideología. Todo esto le provocó náuseas y tuvo que apartar la mirada de la ventana. Llegó a la conclusión de que tener estas ideas antes de dictar clase un Lunes por la mañana no era muy recomendado para su cabeza, así que, luego de vomitar fue a prepararse unos tallarines.

Al día siguiente, de regreso a su casa, se detuvo a ver un espectáculo callejero. Se sentó en la banca más alejada de la gente y observó maravillado la performance que duró alrededor de unos veinte minutos. Las noches en París tienen algo distinto al resto de lugares en el mundo: su aroma a café con croissant, los escritores con pocas monedas en los bolsillos, sus bateau-mouche y sus buses donde suenan Edith Piaf y Jean Jacques Goldman. Así que, decidió alargar su estancia en la calle. Su reloj marcaba las nueve menos diez, momento en el que decidió ir al bar que estaba a la espalda de su cuarto. Camilo se sentó en la mesa más próxima al televisor y echó un vistazo por todo el local para ver si se encontraba con algún conocido. Al frente suyo vio a un par de señores mayores que aparentaban estar muy ebrios y discutían, algo alterados, en cómo el Partido Comunista Francés iba perdiendo adeptos conforme el pasar de los años. Siempre le había tenido un cierto temor a la vejez pero imaginó que llegado el momento, sí iba a pasar el resto de sus días de la misma forma que estos dos extraños no tendría porque más preocuparse. Esta idea lo reconfortó, la anotó en su libreta y pidió unos huevos revueltos. A su costado, estaban los "utópicos parisinos". Un grupo intelectual formado por latinos, eran cuatro hombres y una mujer, todos escritores y se habían ganado un justo reconocimiento en los ambientes culturales del centro de París. Se solían juntar siempre en el mismo bar y en la misma mesa, tenían ideas guerrilleras y aún defendían el uso de la rima y la métrica en la poesía, gustaban del vino tinto y los gatos de color blanco y siempre andaban con un libro escrito por un autor de apellido impronunciable bajo el brazo.

El tiempo pasaba, porque no sabe hacer otra cosa, y creyó conveniente que ya era hora de volver a su habitación. Pagó, se despidió de Parker, el mozo, y cuando estaba poniéndose su chaqueta sintió una mano en el hombro

-Hola Camilo- dijo la voz

Reconoció la voz, era Matías, el hermano mayor de Luciana, su primer amor juvenil. Matías residía en París desde hace ya más de cinco años, trabajaba en la revista L'ombre de Paris.

-¿Supongo que ya te habrás enterado, no?- dijo Matías
-No, realmente no sé que ha pasado- dijo
-Luciana murió hace dos días- respondió Matías

Camilo fijó sus cinco sentidos en asimilar esta situación y dar una respuesta coherente

-Aquí te dejo la dirección donde la estamos velando, espero verte allí- dijo Matías saliendo de forma apresurada del bar, perdiéndose entre la multitud de la calle.

Una vez echado en su cama pensó en Luciana, en las clases que no había preparado para mañana, en la renta y sintió frío. Se quedó inmóvil durante toda la noche como si estuviera muerto.